«No esperes que llegue un líder; hazlo tú mismo, persona a persona. Sé fiel a las cosas pequeñas, pues en ellas reside tu fuerza”. Madre Teresa
Vivimos tiempos de reinventarse, de repensarse como ser humano, como mujer, como servidor público y como mujer en la política. Son, indudablemente, tiempos extremadamente difíciles que jamás imaginamos vivir.
Son precisamente estos, los momentos que nos colocan en la encrucijada de quedarnos contemplando y lamentando las circunstancias, o de ver una oportunidad para construir sobre ellas. Toda mi vida me he inclinado hacia la segunda opción y esta vez no será la excepción.
Circunstancias adversas como las que vivimos, son una oportunidad para convertirnos en mejores personas, para aprender más y para ser mejores servidores públicos.
¿Acaso no es ese el propósito de la vida, aprender a diario, ser cada vez mejores personas y acercarnos a Dios con nuestras acciones? Al menos en mi caso, eso es lo que le da sentido a mi existencia.
Vengo de muchos años en la administración pública, ocho en la alcaldía de Baruta, siete como secretaria de gobierno de Miranda y uno como diputada a la Asamblea Nacional. Con esa experiencia y en el contexto nacional que todos conocemos, no puedo sino volver a plantearme las preguntas que uno se hace cuando se halla en un punto de inflexión: ¿cómo puedo hacer más? ¿cómo puedo servir mejor? ¿qué necesito aprender? ¿cómo puedo ser mejor persona?
Cuando uno está en la búsqueda de respuestas más temprano que tarde aparecen señales que nos van señalando el camino. Y recientemente entré en contacto con un montón de información que me ha marcado un nuevo rumbo.
La oportunidad de profundizar en el tema del género y la realidad que viven las mujeres en nuestro país, se me presentó justo en el momento en que la curva atraviesa la tangente. Ese momento cuando se requiere redescubrir la pasión y salirse de la zona de confort para quedarse por un tiempo en una nuevo foco en el que persistir, en el que trabajar para construir, para cambiar y para aprender.
Reconozco que siempre me enfrenté al tema de las mujeres desde una perspectiva muy personal. Siempre dije: “soy mujer y nunca he tenido ninguna limitación”. Es cierto que he sido una mujer privilegia por mi familia. Desde niña tuve muchas oportunidades y he podido desarrollar mis propias capacidades.
Siempre asumí el compromiso de trabajar con un sentido social y los últimos años he tenido además el privilegio de ser parte del equipo de Henrique Capriles, quien jamás me puso límites por el hecho de ser mujer. Henrique es así, promotor del trabajo y desarrollo de las mujeres porque le viene de su madre, de la extraordinaria Mónica a quien quiero, conozco y admiro.
Sin embargo, hace un par de semanas tuve la oportunidad, como diputada, de formarme con parlamentos sensibles al género. Allí comencé a descubrir y a entender un mundo maravilloso de mujeres que luchan por los temas de igualdad y equidad (hay un mundo de diferencias entre esas dos palabras).
Encontré el foco dónde poner mi atención. Es allí hacia donde debo orientar mi trabajo. No son pocos los retos que plantea la situación de las mujeres en nuestra Venezuela. Me atrapó de tal manera el tema, que esta semana estaré haciendo un taller de empoderamiento.
El informe “Mujeres al límite: El peso de la emergencia humanitaria: vulneración de los derechos humanos de las mujeres en Venezuela”, desarrollada por CEPAZ, AVESA, la Asociación Civil Mujeres en Línea y FREYA, muestra las gravísimas consecuencias que tienen sobre las mujeres el déficit democrático, la crisis social, económica y política sin precedentes que padece nuestro país.
Realmente estamos ante un terrible proceso de feminización de la pobreza y no es únicamente un asunto de rezago histórico y cultural de los temas de género.
Hoy, las venezolanas llevan la carga más dura de la tragedia que vivimos en nuestro país (allí están las estadísticas que lo comprueban) y al mismo tiempo no tengo dudas de que seremos nosotras las que nos echaremos al hombro y la espalda todo lo que haga falta para salir de donde estamos y construir el país que soñamos.
No me refiero sólo al trabajo físico, ese de echarle pichón contra viento y marea y trabajar duro para sacar a los hijos y a la familia adelante, sino también al trabajo que tenemos que hacer como venezolanas, en un país dominado por un régimen sin valores, que es un reflejo de lo peor de nuestra sociedad.
En este preciso momento, además de tener acceso a las cifras de este exhaustivo estudio de Mujeres al límite, se me ha presentado la oportunidad de trabajar en el proyecto de alimentar la solidaridad para llevar comida a niños que están en riesgo de desnutrición. Proyecto que construimos con mujeres, de esas que no se quedan en la queja, que ponen el hombro y son ejemplo de SOLIDARIDAD y de LUCHA. Definitivamente Dios le pone a uno las cosas en el camino y siempre está allí para guiarnos.
Hoy me siento privilegia de ser parte de esta iniciativa que tiene a las mujeres como principal motor. Son mujeres que con el soporte del programa hoy cocinan con entusiasmo y ponen lo mejor de sí para que los niños puedan comer.
Ellas son las que hacen la diferencia, son las que más se esfuerzan para que esto salga bien. Ellas son las que tienen en sus manos la fuerza y la posibilidad de hacer que sus vidas cambien. Sólo ellas pueden decidir aprovechar la oportunidad de desarrollarse, de crecer y de explotar al máximo sus propias capacidades.
Lo he visto, lo he vivido y lo he entendido en todos estos años de trabajo en nuestras comunidades mirandinas y estoy segura que en nosotras, LAS MUJERES, está el futuro de nuestra Venezuela.
Venezuela cuenta con sus mujeres. Que Dios las bendiga y les dé la fortaleza para seguir construyendo a pesar de los obstáculos y de la adversidad.